Han transcurrido treinta años desde mi defunción y todavía recuerdo la hermosa urna de madera labrada donde depositaron mis despojos. Suele ser un momento inolvidable para cualquier difunto. Ver como visten y depositan tu cuerpo en el féretro produce ternura y un agradecimiento infinito. Además, tal como fuera mi último deseo, la gente llevó libros en vez de flores a mi funeral. Libros que después serían donados a una escuela rural donde mamá había trabajado setenta años antes. Recuerdo la cubierta del féretro tapada de novelas de los más variados autores, clásicos y modernos: Balzac, Dumas, Flaubert, Maupassant, Camus, Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Pasternak, Mann, Boll, Zweig, Cervantes, Baroja, Galdós, Shakespeare, Dickens, Joyce, Kafka, Hardy, Nemerovski, Ishiguro, Faulkner, McCullers, Hemingway, Steinbeck, Capote, Bellow, Singer, Roth, Vargas Llosa, Cortázar, Borges, García Márquez, Donoso, Rojas…, un ejército de autores que modelaron mis sueños y fueron mis mejores amigos hasta último momento. Sin ellos, mi vida no habría cobrado sentido. Ellos abrieron mis ojos al mundo, librándome de esa visión monocular que no permite al hombre mirar y sopesar la realidad con ambos ojos, sino siempre con uno. Así que aquel día no podía estar más dichoso de tenerlos conmigo. Debido a eso, mi funeral apareció después hasta en los diarios, en la prensa amarilla, por supuesto, no vayan a pensar en otras páginas más serias de la prensa nacional. Las fotos tomadas para el recuerdo durante el velorio fueron publicadas por novedosas, impactantes, decían algunos comentarios. A nadie se le había ocurrido hasta entonces un funeral semejante, sin flores, sin coronas, sin canastillos, pero con libros, cientos de libros, nuevos y usados, leídos o por leer.
Después
de reconocer algunos títulos, la noche del velorio la gente no paró de hablar
de ellos, de los libros. Eso me llenó de complacencia, oír por fin hablar de
otra cosa a las personas, dejando a un lado la política, las manoseadas palabras
buenos y malos, blancos y negros… un asunto que nos tenía ese año hasta las
pelotas. El 2021 no se hablaba de otra cosa en la radio, la televisión y la
prensa. Los políticos a través de los medios de comunicación mantenían al
pueblo con la cabeza hirviendo, generando fanáticos, capaces de llevar a cabo todo
tipo brutalidades, creando un estrés colectivo crónico; miedo a salir a la
calle, a pensar distinto, a vivir de
manera diferente al resto. Miedo a los fanáticos que sindicaban a este o aquel
como culpable de sus desgracias personales. La mayoría ignoraba todavía entonces
su condición de marionetas manipuladas
por otros. La falta de lectura resultaba evidente tras oír las mismas monsergas
divisorias de siempre, pero nadie movía un dedo, ni lo movería nunca para
combatir tales carencias. A la clase política, a los verdaderos privilegiados
del sistema, nunca les ha convenido generar políticas públicas definitivas al
respecto, salvo repartir placebos, paliativos, promesas… Sabe que sólo la
lectura crea hombres libres, capaces de pensar por sí mismos, y eso es
peligroso, muy peligroso para quienes quieren conservar sus privilegios. Los
políticos necesitan tener a los sujetos sujetados a una ideología, así resulta
más fácil domeñar a las masas para conseguir su apoyo incondicional en las
urnas. Los tipos son vivarachos, consiguen siempre su objetivo: llegar al
poder, tomar el control. Es una práctica milenaria, aparece hasta en los
relatos bíblicos. “Nada nuevo hay bajo el sol.”
Por
suerte acá donde estoy eso se termina el primer día, se acaba por fin la
tiranía de los señores otros. Se vive en paz, y uno puede repensar tranquilo lo
que significó su paso por el mundo, acordándose de momentos estelares, apoteósicos.
Sin duda aquel día del funeral fue uno, pero el más importante de todos fue el
día en que descubrí por primera vez un libro y me hice a la aventura de
recorrer sus páginas, de adentrarme hoja por hoja en su misterio. Sólo entonces
comencé a vivir, a librarme de cadenas y cerrojos. Descubrí nuevos mundos
posibles “más allá del bien y del mal.” Sólo entonces me sentí libre, libre al
fin de quienes aprisionan nuestra libertad,
Miguel
de Loyola – Santiago de Chile – diciembre del 2021
Comentarios