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DISCO 40 -5

 


Por suerte el viernes siguiente la Disco volvió a su total normalidad. La gente entraba a pelotones exigiendo la mejor ubicación del local. Además el dueño había contratado para esa noche a un grupo musical ochentero, así que no sólo llegaban grupos de separadas y divorciados, sino también algunas parejas, aprovechando la oportunidad de ver en vivo otra vez a los Corsarios, la famosa banda de los 80´que solía causar sensación entre los jóvenes de entonces. La constituían tres músicos y un vocalista ya sin mucha potencia de voz, pero los equipos de audio le acomodaban los tonos, volviendo a ser a ratos el mismo cantante de antaño capaz de enloquecer a la juventud.

Los rostros del personal ya no acusaban el desencanto de la semana anterior, sino alegría y también aquel estrés propio de las circunstancias. Debíamos correr sin perder un minuto para atender a esa multitud obstinada en entrar y pasarlo bien. La Disco 40 volvía a ser el centro nocturno de mayor concurrencia de aquel grupo etáreo en la ciudad. Además los divorcios seguían aumentando de manera exponencial en el país y en el mundo entero. Es un virus inoculado por el dueño del local, dijo a modo de broma una de las camareras, estudiante enfermería. La genial ocurrencia de la enfermera nos haría reír a carcajadas durante varias semanas. Hasta el dueño se rió después de enterarse.  

—Es una muy buena idea —comentó también. Pero el caso es que no hacía falta. Los matrimonios se deshacían cada vez más a menudo en el país. No pasaban los siete años, incluso menos. La llamada picazón del séptimo año ya no corría entre las nuevas generaciones. No era más que un recuerdo del pasado hundido en la memoria colectiva.

—Algunos no alcanzan a durar un  año entero, así que tenemos clientela para rato —comentaba a veces Raquel muy segura en su puesto de trabajo. En cambio a mí a veces me daba tristeza ver a toda esa gente fracasada tratando de alegrarse de manera artificial. En algunos casos resultaba patético ver sus esfuerzos por mostrarse feliz, y no podía dejar de verme a mí misma también en esos rostros defraudados. Una se casa con tanta ilusión, y luego ese mundo soñado se derrumba de un plumazo, dejando un reguero de excrementos por todas partes.  

Cuando comenzó a eso de la medianoche el show, la gente se puso eufórica aplaudiendo, gritando, bailando, saltando. En la barra se armó una cola interminable de gente pidiendo tragos. Volaban las caipiriñas, los písco sour, la champaña, los gin tonic, las piscolas… El bartman no daba a basto batiendo mezclas en la coctelera con ambas manos, haciéndola restallar en el aire cuando la lanzaba al espacio para darle al trago el toque final.

 Sin embargo, el asunto de la muerte de Renato seguía pensando en el ambiente interno, tras bambalinas, como se dice. Durante esa misma semana habíamos recibido la visita de un inspector de la Brigada de Homicidios de la PDI que andaba detrás del caso, atando cabos, recabando información. Interrogó a la mitad del personal. Las preguntas eran básicas, si conocíamos al occiso, si lo habíamos visto en compañía de alguna persona extraña, si se embriagaba mucho, a qué horas llegaba y a qué horas se retiraba, si portaba algún maletín o bolso...  Hasta que salió a relucir el asunto de Loreto, y en eso el inspector se puso puntilloso, quería saber el nombre completo de la mujer, edad, aspecto, etc. Entonces nos entrevistó a Raquel y a mí por separado, preguntando si conocíamos a la mujer en cuestión. No pude mentir como hubiese querido hacerlo ese día. El tipo me pilló tan de sorpresa que me sentí  obligada a decir que sí, aunque agregando que la conocía como a tantas otras personas que frecuentaban el local, sólo de vista. También quería saber si ella había vuelto a visitar el local después de la muerte de Renato.

—Sí, —confirmé al detective todavía asustada, pero no supe decirle con la precisión requerida cuándo había sido la última vez. Tampoco hice mucho esfuerzo por recordar la fecha exacta, me sentía incómoda ante la mirada persistente de aquel hombre. Además lo veía a cada tanto fruncir el seño, al parecer dudando de mis comentarios.

El inspector dejó su tarjeta con su número telefónico para que le avisáramos si Loreto aparecía otra vez por allí.

—Sería una gran ayuda si pudiera hacerme ese favor —dijo antes de despedirse. Quedé de acuerdo en llamarlo en caso de saber cualquier cosa. Después Raquel me contó que el policía le había pedido buscar el número de tarjeta de crédito de Loreto, en el supuesto caso que pudiera hallarlo revisando las cuentas pasadas. Algo completamente imposible por supuesto. El tipo no tenía idea de cómo operaban esas tarjetas. Si tuviéramos que poner el nombre del cliente en cada ticket impreso por la máquina, terminaríamos locas, le habría contestado yo si me hubiese hecho esa pregunta a mí..

También habló con el dueño ese mismo día, haciéndole de seguro preguntas similares. Pero en concreto nadie sabía mucho más acerca de Loreto ni de algún cliente en particular. Y en el supuesto caso de saber algo, de conocer la identidad de las personas, constituía información confidencial para el local.

Días después, una de las camareras dijo que había oído decir que Loreto trabajaba en un banco, pero no recordaba en cuál. Sin duda, esa información para el policía podía ser una pista importante, pero nadie estaba dispuesto a  llamarlo para dársela.    

En cualquier caso, Loreto había dejado de venir a la Disco después del crimen de Renato. Sólo aparecía muy de vez en cuando. Tampoco se veían las amigas con quienes solía reunirse aquí. Lo cual en parte resultaba lógico. De seguro tenían miedo. La muerte de Renato olía mal desde un principio y para ellas es probable que la primera sospechosa fuera la pobre Loreto. Las últimas veces había repetido a viva voz en el local que odiaba a ese hombre, y sus intentos de agresión a vista y paciencia de todos también pesaban ahora sobre ella. Sin embargo, no eran más que sospechas, y las sospechas no constituyen pruebas le dije a Raquel después de recibir la segunda visita del policía.

—Seguro que estás dispuesta a defenderla hasta las últimas consecuencias —me increpó severa.

—Seguro que lo harás por amor a ella —aseguró luego con indudable maledicencia. Frase que dejé pasar para no seguir enredando la madeja. A esas alturas comenzaba recién a sospechar que Raquel estaba celosa de Loreto. Eso no demostraba otra cosa que mi carencia total de experiencia en asuntos amorosos, nunca había tenido una amante. Además, Raquel no me gustaba en absoluto, la encontraba demasiado ahombrada, hasta su voz tenía aquel dejo masculino tan desagradable, altanero. Su voz era gruesa, no sé si trabajada o natural, pero en ningún caso agradable al oído. La voz de las personas suele ser a veces tan importante. Muchos hombres que me gustaban antes de casarme, me habían desilusionado después de oírlos hablar, y pensar en oír una voz desagradable por el resto de tu vida puede llegar a ser una idea torturante, un verdadero suplicio. La voz de Loreto en cambio era dulce, casi una sinfonía. Un timbre agradable al oído que se imponía en medio del griterío de las otras. Eso no lo podía entender la bruta de Raquel.

Durante esa segunda visita, el policía se mostró bastante más amable que en la primera. Hasta se tomó un trago en la barra y estuvo charlando con Jaimito todo el tiempo que estuvo allí. Sin embargo sus pupilas de cóndor viejo se mantuvieron calando el ambiente, sacando conclusiones acerca del tipo de gente que se movía allí. A mí me saludó con una sonrisa apenas me vio, pero no me detuve a conversar con él, bajo el pretexto de estar muy ocupada. No quería ser yo quien le dijera dónde trabajaba Loreto.  


Miguel de Loyola - Disco 40  capítuloi 5. 

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