Estamos en un momento crucial, enfrentados otra vez al dolor de cabeza de elegir por quién votar. La oferta es amplia, ocho candidatos en la palestra. Ocho interesados en hacerse cargo del Estado de Chile, de un Estado arruinado, sin fondos públicos, endeudado, en banca rota, según opinión de los expertos. Un Estado cuyas instituciones se están cayendo a pedazos, dicen también. Sin embargo, el interés de estos ocho candidatos persiste, no le temen al hoyo dejado por quienes han hecho de las arcas públicas un festín, so pretexto de beneficiar al pueblo, la justicia social y todas esas cantinelas. Los ocho candidatos prometen sacar al país de dicho desastre, amén de erradicar la delincuencia que asola a diario las calles.
Desde luego, resulta asombroso observar
el interés por tomar el poder de un Estado bajo estas condiciones. Uno no puede
dejar de preguntarse cómo piensan solucionar tamaño problema. A estas alturas,
bien sabemos que no existe la varita mágica. Sabemos más bien que la única
manera de salir adelante es trabajando, y trabajando a fondo, economizando aquí
y allá, recortando presupuestos y beneficios públicos. Algo que, por cierto, no
suelen hacer los gobernantes y su corte. Hemos visto más bien que suelen disfrutar
a destajo de los tributos que brinda el poder. Puestos y sueldos privilegiados
en las empresas del Estado, viajes, celebraciones y contactos laborales para la
parentela y amigos. Un sinnúmero de privilegios que no tiene ni alcanzará nunca
el ciudadano común. El ciudadano acorralado en colas denigrantes para
desplazarse día a día a su trabajo. El ciudadano convocado por ley a las urnas
electorales para que emita su voto por alguno de estos ocho, a sabiendas que
sea cualquiera el ganador, su situación personal no cambiará en absoluto.
No cabe duda que estos ocho
candidatos en disputa tienen mucho que ganar, en contraste con los votantes que, en el mejor de los
casos, sólo ganarán promesas.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile
– Agosto del 2025
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