"Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner". Con esas palabras desafiaba Carson McCullers en 1958 a los críticos de su tiempo, y vaya si no tenía razones para emitir tales juicios. Estamos aquí frente a una escritora norteamericana que entre los diecisiete y los veinte años escribió su obra cumbre: El corazón es un cazador solitario. Algunos con mayor visión crítica la llamaron la Mozart de la literatura. Una escritora precoz como pocas ha dado el mundo. Sin embargo, su vida sería una cadena de sufrimientos. Ser mujer escritora en su época, todavía tenía costos muy altos.
El corazón es un
cazador solitario sumerge al lector en el llamado sur profundo de los Estados
Unidos, en medio de sus dramas y conflictos, mediante la proyección de la vida
de cinco personajes emblemáticos: John Singer, Biff, Jake, Benedit Copeland y
Mick Kelly. Seres habitantes de una
ciudad que nunca se nombra, pero representa a cualquiera de las pertenecientes
a los estados confederados que perdieron la Guerra de Secesión y quedaron a mal
traer, moral y económicamente vencidos. Una ciudad donde arrecia la pobreza, el
alcoholismo y los problemas raciales. Una ciudad donde todavía supuran las
heridas de la derrota, aunque se trate de nuevas generaciones. “Quienes son los dueños del sur? Las compañías del norte son las
propietarias de las tres cuartas partes del sur.” Acusa un Jake alcoholizado
por los resentimientos.
La novela sitúa al
lector en la vida cotidiana de un barrio de la ciudad. Allí existe el café Nueva York que sirve de punto de encuentro entre
los ciudadanos y los protagonistas de la historia. Digo protagonistas, porque ninguno
de los cinco nombrados adquiere mayor relieve que el resto en términos de
protagonismo único, como suele ocurrir en las novelas. Singer, el sordomudo, si
bien sirve de paño de lágrimas de los otros, no por eso asume el rol
protagónico de la historia, de su vida se sabrá más bien poco. Aunque a él
acuden los otros a contarle por separado sus asuntos, confiados en la pasividad
del sordomudo, sin llegar a saber nunca lo que realmente opina al respecto.
Singer no habla, no emite juicios, pero—parafraseando a Foucault— tiene el
poder pastoral de servir de receptáculo de otras conciencias, ansiosas de que
alguien las escuche. A lo más, a veces los recibe con un cartelito escrito a
mano donde ha escrito una frase que resume su opinión. La paradoja está en que
el tipo es un sordomudo. Es decir, aparece ahí una paradoja evidente. Aquí la
autora deja al descubierto una jugarreta propia de la ficción, pero la
naturalidad con que narra y describe, no despierta sospechas ni asombro en el
lector, quien lo asume como perfectamente posible. Se cumple así una de las
reglas importantes de la ficción: la verosimilitud. El lector cree lo que se
cuenta. Incluso ansía saber mucho más sobre este misterioso personaje. Si bien
intuye que está enamorado de su primo sordomudo apodado el griego, ex compañero
de cuarto, no hay mayores pistas al respecto. En ese sentido, se trata también de una de las primeras
novelas norteamericanas que abre puertas hacia la problemática homosexual de
manera natural, sin cuestionamientos morales de ningún tipo. Antonapoulos,
el primo en cuestión, ha perdido el juicio y debido a eso terminará internado
en un centro de salud mental..
El sentimiento
transversal que une y separa la vida de los personajes es la soledad. La
soledad del individuo en su lucha personal por sacar adelante su vida, a pesar
de pertenecer a una comunidad. La ciudad no se proyecta como lugar de encuentro
ciudadano, sino por el contrario, como un espacio que contribuye a fomentar la soledad
de sus habitantes. Los espacios urbanos van alienando poco a poco las vidas,
muchos más que los espacios rurales, donde subsiste el clan, la asesoría mutua,
puede leerse entre líneas. Jake lo advierte toda vez que intenta exhortar a los
trabajadores a rebelarse. Es un marxista en medio de una masa de trabajadores imposible
de organizar en un sindicato por su individualismo y temor al fracaso. El
doctor Copeland experimenta experiencias semejantes cuando intenta aleccionar a
los de su raza respecto a sus derechos fundamentales. Ellos le demuestran con
hechos concretos la necedad de rebelarse contra los blancos. Están presos en un
sistema que asfixia a quienes trasgreden las normas vigentes, a quienes violan
los paradigmas ya por subversión o por simple mala suerte. Nadie o muy pocos lo escuchan en consecuencia,
y más bien terminan rechazándolo por viejo y hasta por alcohólico.
La pluma de Carson
McCullers pinta caracteres y situaciones con una naturalidad envidiable. Dibuja
espacios, genera escenas y personajes sin aspavientos, sin recurrir a
retruécanos ni a frases embrolladas, rara vez su prosa entrevera oraciones yuxtapuestas
a la manera de Faulkner. No está para complicar la vida al lector. Y de igual modo sus personajes van ganando
espacio en la conciencia lectora hasta transformarse en seres entrañables. Mick,
la jovencita de trece años que ayuda a criar a sus hermanos pequeños encarna algunas
de las características personales de la propia escritora. Mick es aficionada a
la música, sueña con llegar a ser compositora, al igual que MacCullers en su
infancia, quien por causa del reumatismo tuvo que dejar la música y el piano.
Huyendo de una frustración terrible, terminará siendo escritora. Mick el
personaje, ni siquiera cuenta con un instrumento musical, la pobreza en que
vive no se lo permite, pero tiene en mente construir su propio violín, ha
escuchado por una sola vez a Mozart en la radio y se siente capacitada para
reproducir en su memoria la sinfonía completa. Es una niña genio, lo mismo que
la autora.
La novela enciende
luces de variados colores y potencia en la mente del lector durante el
recorrido por la vida de estos cinco personajes, y también de otros que sirven
de contraparte, una numerosa cohorte de seres cercanos a los héroes. Luces que
acercan al corazón del llamado Gran País del Norte, donde no todo ha sido
progreso y felicidad, como algunos imaginan. La lucha humana contra la soledad
y la pobreza ha sido siempre una constante en cualquier parte.
Miguel de Loyola –
Santiago de Chile – Agosto del 2021.-
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