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Los restos del día, de Kazuo Ishiguro

 


El Premio Nobel de literatura 2017, Kazuo Ishiguro, escritor británico de origen japonés,  desarrolla una especial alegoría de la vida en su afamada novela Los restos del día, basada en la conciencia y oficio de un mayordomo inglés.. Stevens, el mayordomo de un importante Lord inglés, reflexiona sobre su quehacer, dejando en evidencia la decadencia moral en que devino el mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial, desvirtuando los ideales y valores que lo sostenían antes de la misma. Es indudable que el lector enfrenta aquí a una obra de corte mayor, capaz de llevarlo a la reflexión personal a partir de una historia de apariencia sencilla. Pero se trata, sin duda, de una novela cumbre. Publicada en 1989 y llevada al cine en 1993 con éxito de taquilla. La película está protagonizada nada menos que por los actores Anthony Hopkins y Emma Thompson

La historia, focalizada en la primera persona del protagonista, conduce paso a paso al lector hacia el corazón de sí mismo. Stevens recorre y describe  a través del recuerdo el periplo de su vida entera, matizando la narración con escenas y diálogos detallados que permiten anclar momentos concretos, manejando el tiempo y el espacio narrativo con mano de especialista. Es posible advertir en esta obra, después de buscar minuciosamente sus artilugios en vías de hallar las claves de su perfección, esa sofisticada contención del narrador para ir generando la dosis de intriga que toda obra literaria necesita como requisito indispensable para capturar la atención. Stevens nunca lo dirá todo, pero dirá lo suficiente para inducir el imaginario del lector hacia donde quiere llevarlo, acercándose de manera circular hacia el centro de la verdad, rosándola hasta producir el llamado gozo estético, la sensación de una verdad a punto de revelarse. Una estrategia que sólo los grandes escritores son capaces de manejar, sin caer en la exageración, la caricatura o la grosería. La sutileza de la pluma de Ishiguro, sin duda alguna encarna la tradición literaria inglesa, y también la japonesa en su capacidad de abreviación y síntesis de las ideas que va desarrollando.

Stevens es el mayordomo de Darlington Hall, una mansión inglesa del condado de Oxford. Su vida se concentra en los pormenores rutinarios de su profesión: manejar la servidumbre y de mantener la casa en orden, en aras de atender los requerimientos de su patrón, Lord Darlington. Es una persona dotada para el cargo, de una larga experiencia, quien además se siente en parte satisfecho de su profesión, pero igual lo asaltan ciertas dudas al respecto, en el sentido de no saber a ciencia cierta cuáles son sus atribuciones y deslindes al respecto. Y a medida que se acerca a la vejez, o en medio de la vejez misma, serán las dudas las que darán pie al relato, tras el recuerdo de haberse hecho esa pregunta junto a otros hombres de su misma profesión: ¿qué es gran un mayordomo?  La pregunta abre así la incertidumbre, abarcando todas las áreas del quehacer humano, porque sirve de molde para cualquier otra actividad. La respuesta, sólo podrá deducirla el lector a partir de hechos y circunstancias relatadas por Stevens, pero nunca de manera explícita, sino mediante el uso de metáforas, de ese saber propio del arte la literatura que señala una cosa cuando quiere llegar al corazón de esa otra tanto más importante.

Las sutilizas respecto a la respuesta, pueden resultar obvias, pero representan con toda claridad el espíritu de una época donde los valores no eran de la mediocridad actual. Hay aquí un refinamiento moral que hoy día no sólo no existe, sencillamente las nuevas generaciones lo desconocen en lo absoluto. Las clases sociales, en Inglaterra y en Europa Central, se movían dentro de márgenes precisos, y no por una cuestión de sometimiento o autoridad, sino por remitirse a arquetipos de sensibilidad cultural claramente definidos. Es posible advertir incluso, durante el recorrido que hace Stevens durante cinco días por varias localidades de Inglaterra, que esa estratificación social hacía al hombre más libre, más sano de espíritu, capaz de mantenerse fiel a su mundo, a su círculo social, sin pretensiones de pertenecer a otro.

Ishiguro va armando paso a paso y sin apuro la trama de la historia, engarzando sub tramas y giros que surgen del tejido central, creando núcleos narrativos que contribuyen a tensar gradualmente la cuerda de la intriga, esa afinación infinitesimal que hipnotiza al lector. Mientras avanza en el misterio de la vida oculta de Lord Darlington, entrelaza sus  conflictos personales con mistress Kenton, ex ama de llaves de Darlington Hall. Una historia que resulta acaso tan apasionante como la otra. Es decir, el hilo conductor nunca pierde su tensión, incluso en las escenas de descanso que enseñan paisajes bucólicos de Inglaterra, descritos por  Stevens durante su viaje. La tensión, el suspenso, se mantiene firme hasta último momento, culminando en un final epifántico, pocas veces logrado en la novela de los últimos treinta años, porque abre los ojos del lector hacia el fin y hacia el infinito de los restos del día.   

Los restos del día es una metáfora de la vida, no cabe duda, una metáfora que conlleva al lector a la identificación con la suya propia, aunque no haya sido nunca un mayordomo, ni conocido tampoco alguno. En el arte de la novela, como tantas veces se ha dicho, se llega a lo universal desde lo particular, no lo olviden.

 

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Julio del 2021

 

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