Sorprende en Praga, la ciudad más hermosa de centro Europa, la modesta casita que habitó Franz Kafka, el autor de La metamorfosis. Una casa pequeña, de cuartos reducidos, ahora convertida en museo y librería, donde el visitante puede adquirir las obras del inolvidable maestro de la ironía y la metáfora. La gente apenas cabe, o mejor dicho no cabe toda la gente al mismo tiempo, hay que entrar y salir de a uno, barrer la habitación con la mirada y salir sofocado por aquel gentío agolpado por la curiosidad y el asombro. Kafka debió escribir allí sus obras, es decir sus proyectos literarios que nunca terminó, pero que sin embargo, aún sin terminar del todo, alcanzaron un éxito crítico sin precedentes tras su póstuma publicación. Hay que agradecer a su amigo Max Brod, sin duda un visionario, que no quemó los manuscritos, pese a la orden expresa del escritor de hacerlos arder bajo las llamas después de su muerte. “Mi última petición. Todo lo que dejo atrás [...] en forma de cuadernos, manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página".Está claro que Kafka no se tenía fe como escritor. Muy por el contrario, jamás pensó en el éxito universal que podía alcanzar su obra. Apocado por la figura imponente del padre, fue hasta sus últimos días un joven tímido, de baja autoestima, bajo perfil, diríamos ahora.
Pero, al decir Becquer en su luminoso poema El arpa: “cuantas veces el genio se esconde en el fondo del alma, esperando la mano de nieve que sabe arrancarla….” Tal vez esa poca fe en sí mismo lo llevó a una muerte prematura, a contraer ese tubérculo que se oculta y fermenta en silencio, lo mismo que la decepción y la frustración que arruina la vida anímica de una persona. Sus novelas La metamorfosis, El Castillo, El Proceso son una metáfora del absurdo, sus obras ilustran mejor que ninguna otra la situación del individuo en un mundo manejado por leyes y normas que lo sujetan y reprimen. Si su padre hubiese creído en él, como le hace falta a todo hijo, su destino bien pudo ser otro, de seguro no tan trágico, de seguro menos triste. Recorrer su biografía atribula el corazón a veces hasta las lágrimas. Conmueven las palabras de Dora su esposa: "Un día vivido con Franz supera todo lo que jamás hubiera escrito".
Miguel de Loyola —Praga — Septiembre del
2024
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