Después de un repaso por la historia de Chile, se llega a la conclusión de que la lucha por el poder gubernamental ha sido permanente desde la Independencia hasta nuestros días. Pipiolos y pelucones, o pelucones y pipiolos no han cejado en doscientos años de atacarse unos a otros buscando el poder. El poder, en definitiva, es la cuestión principal, el mango del sarten, el dominio del Estado en buenas cuentas, tomado por ambos bandos ahora como un botín. No ha habido gobierno alguno que no haya vivido sin presiones de sus adversarios. Si a eso se agregan las facciones menores que han ido surgiendo a lo largo de la historia; vale decir, partidos de menor calado, pero igualmente interesados en lo mismo, la cuestión de la lucha por el poder no tiene para cuando terminar. Sin duda, es el derrotero de toda corriente ideológica —cuando la hay— para instalarse por encima de otra.
En las últimas décadas esta lucha se
ha intensificado, se ha hecho más evidente para el pueblo observante; el cual,
dicho sea de paso, siempre ha permanecido expectante y bastante al margen de
dicha lucha, dado que pipiolos ni pelucones le han dado espacio suficiente,
salvo parcelas en el mejor de los casos. Es decir, el pueblo no ha tenido arte
ni parte en este negocio. Los partidos que dicen representarlo, lo hacen sólo con
el fin de acceder a la cúpula, a la elite gobernante, luego —lo hemos visto—,
se olvidan completamente del pueblo al que dicen representar.
Por supuesto que interpretaciones ideológicas al respecto hay muchas. Pero lo que ya nadie puede desconocer es el hambre de poder que asiste a quienes buscan el gobierno de un país. Basta observar las ansias con que se disputan el cetro, los puestos públicos, los cargos de privilegio, lo mismo que perros el hueso. Una vez con el hueso en la mano, se vuelven feroces para defenderlo. Y así estamos, en la disputa frontal del hueso. Pero hay que insistir en que tal disputa concierne sólo a quienes ya están dentro de la elite, es decir, de la clase política. El resto, el pueblo, sólo cuenta de monigote para las elecciones.
La cúpula gobernante, bien sea de un bando o de otro, o mejor dicho
de ambos, se sirve del pueblo, cuando debe ser justamente al revés: el pueblo
servirse de la cúpula. Y esa es la cuestión en que ha devenido la República,
convirtiéndose o volviéndose otra vez en reinado, separando a la corte de la
plebe. La corte, es la elite política, la plebe, nosotros, el pueblo que no
goza ni gozará de privilegio alguno. Muy por el contrario, sufrirá las
desigualdades impuestas entre la corte y la plebe.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile
– Julio del 2025
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