La narrativa de Irene Nemirovsky sigue sorprendiendo por su agudeza para retratar las grandes pasiones humanas, poniendo el ojo en la llaga y escarbando ahí donde duele el corazón. En El vino de la soledad , recrea la incubación del resentimiento de una niña en torno a la figura de su madre. Elena, niña de diez años, padece el desamor de su progenitora al extremo de llegar a odiarla y añorar en un futuro la venganza, culpándola de su desdicha.
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